Chicas Shiseido

Shiseido, la farmacia japonesa que revolucionó la cosmética

30-10-2017   Shacho Kai

En el barrio tokiota de Ginza nació hace un siglo y medio una de las grandes compañías cosméticas del mundo. Viajamos a su cuartel general para conocer cómo su legado histórico convive con la investigación para concebir la belleza del futuro.

Shiseido forma parte, junto con Sony, Nissan, Uniqlo o Asics, del distinguido club de las marcas japonesas más populares del mundo. Y toda compañía de fama global —poder obliga— debe estar presente en el refulgente distrito de Ginza, reclamo turístico de Tokio por su alta concentración de boutiques de lujo con el sello de arquitectos estrella. El gigante cosmético tiene tres edificios: uno de oficinas, cuya fachada envuelve una segunda piel de aluminio que serpentea formando un arabesco tradicional en las artes decorativas japonesas —en su azotea hay un pequeño santuario donde las oraciones prometen recompensarse con éxito en los negocios—; un centro de belleza donde se pueden adquirir sus productos y disfrutar de asesoramiento y tratamientos, y el más imponente de los tres, el Shiseido Parlour, una construcción de estuco rojizo obra de Ricardo Bofill, que alberga la sede del universo gastronómico de la casa nipona: una exquisita confitería de reminiscencias parisienses, un café, dos restaurantes —uno de carta occidental, otro especializado en platos italianos— y, en el ático, un bar de cócteles desde el que se puede contemplar el sky­line del exclusivo barrio. Podría parecerlo, pero no se trata de la penúltima enseña —la lista es larga: Chanel, Bulgari, Burberry, Ha­ckett— empeñada en ofrecer experiencias a sus clientes.

En 1872, Arinobu Fukuhara, un farmacéutico de la Armada Imperial Japonesa, abrió en Ginza la primera farmacia de estilo occidental. Quería echar un pulso a los remedios herbales chinos a los que todo el mundo se encomendaba en esa época e impulsar un sistema donde la farmacia no estuviera integrada dentro de un hospital, como era la norma. Entre los hitos de este pionero se cuentan la creación de la primera pasta de dientes de Japón en 1888 —hasta entonces utilizaban unos polvos limpiadores que dañaban el esmalte— y la introducción de la soda y el helado, que importó tras un viaje a Estados Unidos. Allí las farmacias despachaban todo tipo de medicamentos, pero también chocolatinas o refrescos, así que decidió copiar el modelo. Fukuhara siempre aspiró a aproximar Occidente a Japón. Y su tercer hijo, Shinzo, primer presidente de la compañía, se ocupó de consumar los deseos de su padre: estudió Farmacia en Estados Unidos y, antes de regresar a Japón, se empapó de la cultura del momento, que plasmó en frascos art déco, anuncios protagonizados por las flappers de los años veinte y revistas que enseñaban a sus clientas a peinarse según el estilo dictado en París.

Para ver el artículo completo de El País Semanal Pulse aquí

 

 

 


Volver