Mazda nació en Hiroshima hace cien años y siempre ha estado fuertemente vinculada a esa ciudad y a su espíritu de superación. Las historias compartidas crean vínculos especiales. La palabra “Hiroshima” está unida de forma indisoluble al episodio devastador del lanzamiento de la primera bomba atómica. Desde entonces, la ciudad ha cambiado radicalmente, pero ese pasado continúa omnipresente en sus gentes y en sus empresas. Todo un ejemplo de cómo salir adelante ante los imprevistos y durante los tiempos difíciles.
En 1929 Hiroshima era la séptima urbe más grande de Japón, con más de 270.000 habitantes. En esa época, Toyo Kogyo, un fabricante de materiales derivados del corcho fundado en 1920, se preparaba para dar el salto a la industria de la automoción. Bajo la batuta de su presidente, Jujiro Matsuda, inició en 1931 la producción en serie del motocarro Mazda-GO, un vehículo comercial de tres ruedas. Fue el primer automóvil de la empresa, cosechando un gran éxito y un próspero porvernir. Matsuda incorporó un juramento en el logotipo de Toyo Kogyo que ha acompañado siempre a los empleados de Mazda: “contribuir al mundo a través de la fabricación“. La avanzada tecnología de fabricación del acero surgió en Hiroshima en la construcción naval y automovilistica, ésto impulsó a la marca a pasar su actividad fabril del corcho al automóvil.
Años después, el 6 de agosto de 1945, una bomba atómica cayó sobre la ciudad japonesa causando una devastación como nunca antes se había conocido. Ese mismo día cumplía años el fundador de Mazda, Jujiro Matsuda. El impacto tendría lugar a las 8:16 am, pero Jujiro no podía saberlo, así que como dicta la costumbre japonesa madrugó para cortarse el pelo por su cumpleaños. Llegó a su peluquería habitual justo cuando otro cliente estaba a punto de entrar por la puerta, pero Matsuda era un hombre tenaz y se hizo con el primer corte de pelo del día. Eran las 7:30 am, en ese momento el bombardero Enola Gay B-29 volaba hacia ellos. Fue un corte rápido y en media hora Jujiro estaba ya en su coche camino del trabajo, justo cuando el avión americano soltó sobre ellos la terrible bomba nuclear llamada Little Boy.
Por fortuna, Matsuda había logrado alejarse lo suficiente de la zona crítica, pero a pesar de ello su coche salió despedido de la calzada debido a la furiosa ola que emitió el impacto. Él sobrevivió, pero miles de japoneses perecieron aquel terrible día. Entre ellos su hijo pequeño. No hay nada comparable al sufrimiento y la devastación provocados por una bomba nuclear, sus secuelas aún están latentes en la actualidad. Después de una experiencia semejante, sería perfectamente comprensible que cualquier comunidad cayera en una profunda depresión. Sin embargo, ese no fue el caso de Hiroshima ni de Mazda; todo lo contrario.
En su libro “Hiroshima”, el escritor John Hersey describe la atmósfera de la ciudad un año después de la bomba como “un espíritu de comunidad casi eufórico, parecido al de los londinenses después de los bombardeos alemanes, una sensación de orgullo por el modo en que ellos y los demás supervivientes habían superado aquella horrible prueba”. Tras el golpe inicial surgió el impulso de unirse, de no rendirse, de hacer todos los esfuerzos imaginables para extraer lo mejor incluso de la peor situación posible. De mirar hacia adelante sin negar ni olvidar el pasado.
En este sentido, la historia, la tradición y el futuro de Mazda e Hiroshima están estrechamente conectados. Mazda tiene incluso un nombre para ello: el espíritu de Mukainada, el nombre del distrito de la ciudad en el que se fundó la empresa. Como se encontraba unos kilómetros alejado del lugar donde impactó la bomba, protegido por el monte Hijiyama, los daños a los edificios no fueron tan graves como en la mayor parte del resto de la ciudad. Por ello, Mazda —que también sufrió grandes pérdidas— se impuso inmediatamente la responsabilidad de contribuir a los primeros auxilios y a la reconstrucción a largo plazo.
Los empleados comenzaron a repartir material médico y montaron centros de atención para facilitar que las familias se reunieran, los Mazda-GO ayudaron en las labores de desescombro. Las instalaciones de la fábrica se despejaron para convertirlas en refugios para personas sin hogar, hospitales de campaña e incluso oficinas para el gobierno local y los medios de comunicación nacionales. Si Mazda nació del espíritu de la región de Hiroshima, ahora podía devolver el favor y motivar a todas esas personas que necesitaban una esperanza de futuro.
Apenas cuatro meses después del ataque, todo estaba listo para reanudar la producción de los vehículos de tres ruedas, el Mazda-GO. Para la población de Hiroshima, la recuperación de Mazda fue un signo decisivo del resurgimiento de la ciudad, que renacía de sus cenizas como un ave fénix. El destino de la ciudad y de la empresa quedó entrelazado y lo sigue estando a día de hoy.
Todos estos esfuerzos hunden sus raíces en las mismas ideas que han alimentado la historia de Mazda durante un siglo. El espíritu de Mukainada —la voluntad de hacer las cosas de forma diferente, de no rendirse nunca y buscar lo excepcional— se remonta a los comienzos de la empresa como fabricante dedicado a la transformación del corcho. Igualmente, está presente en su desarrollo innovador en la industria del automóvil con la reinvención del motor rotativo, la victoria en las 24 horas de Le Mans, la ingeniería ligera, el icónico roadster Mazda MX-5 en los Guiness, la reciente revolución del motor Skyactiv-X y un sinfín de premios en materia de diseño, fiabilidad y seguridad. Es la manera en la que en Hiroshima se afrontan los desafíos, en la que cualquier situación se percibe como una invitación para mejorar las cosas. Todo ello procede del espíritu de Mukainada, que es necesario hoy más que nunca y que continuará siempre forjando el futuro de Mazda.
¿Qué les suele pasar a los familiares?
Que destacan en los aspectos prácticos, como el número de plazas o el espacio de carga, pero con frecuencia adolecen de estilo y prestaciones. En Mazda, esa clase de compromisos nunca han sido aceptables. Desde sus primeros pasos, la marca de Hiroshima ha luchado por diferenciarse y se ha labrado una sólida tradición de diseños y soluciones técnicas que escapan a lo convencional.
Hoy día, Mazda ha cosechado grandes éxitos con modelos familiares ligeros y eficientes como el Mazda6 y el Mazda CX-5, con exteriores deslumbrantes e innovadores conceptos de habitáculo, que complementan a la perfección un comportamiento dinámico sobresaliente. Estas características que, con el tiempo, se han convertido en atributos de la marca, son las que Mazda ha buscado desde que se lanzó a fabricar vehículos.
Todo empezó con su primer turismo de producción en serie, el Mazda R360. Se presentó en mayo de 1960, medía 2,98 metros de largo y tenía un diseño sumamente ingenioso con cuatro plazas, a pesar de sus dimensiones de minicoche. Hasta ese momento, Mazda solo había fabricado vehículos comerciales. Este cupé de dos puertas catapultó a la marca dentro del floreciente mercado de turismos de Japón. En 1960, dominó con claridad su segmento. En los años y décadas siguientes Mazda fue dejando una larga estela de atractivos modelos familiares.
Mazda Familia: el nombre lo dice todo
El Mazda Familia (comercializado como Mazda 800 y Mazda 1000 fuera de Japón) llegó en 1963, tras los éxitos del R360 y del Mazda Carol P360, un modelo más avanzado de 1962. El Familia se fabricó inicialmente en formato wagon y combinaba a la perfección el carácter práctico de una furgoneta con el confort de un turismo. Además, Mazda supo darle un comportamiento deportivo y un estilo muy característico, con la firma de la casa italiana de diseño Carrozzeria Bertone.
Fue una alternativa muy refrescante a los modelos demasiado funcionales de los competidores y no tardó en encaramarse al primer puesto de su segmento en Japón con una cuota de mercado del 44%. Mazda amplió enseguida la gama con versiones sedán y cupé, e incluso lo fabricó en formato de camioneta. La segunda generación se lanzó en 1967 y se denominó Mazda 1000 (posteriormente 1200/1300). Fue uno de los primeros modelos que la marca empezó a distribuir en Europa. El caso es que el Familia dejó una honda huella dentro del segmento de compactos a lo largo del resto del siglo XX. A partir de 1977 se transformó en el Mazda 323 y su carácter avanzado sigue latiendo en el Mazda3, un modelo que ya va por su cuarta generación y que este año ha sido premiado con el World Car Design of the Year 2020.
Mazda adquirió fama por sus inspirados diseños desde sus primeros turismos, en especial, desde el Mazda Luce (Mazda 1500/1800 en otros mercados), que se introdujo en 1966. El Luce se adaptó a partir de un diseño de Bertone y se comercializó en versiones sedán, wagon y cupé. También fue uno de los primeros modelos que Mazda exportó a Europa. De hecho, allanó el camino a una serie de modelos familiares con formato sedán y wagon, como el Mazda 818/RX-3 —basado en el Familia—, el Mazda Capella/616/RX-2 (ambos de 1971) o el Mazda 929/RX-4, un modelo más grande de 1972.
El Mazda 626 conquista el corazón de los europeos
Uno de los familiares que causó un mayor impacto fue el Mazda 626 (desde 1978). Este modelo hizo de Mazda la marca más europea entre los fabricantes asiáticos, y ayudó a alcanzar nuevos récords de ventas en mercados como el alemán, en donde fue el vehículo importado más vendido en 1988 y 1989.
Aunque en un principio se comercializó únicamente en versiones de 4 puertas y cupé, a partir de la segunda generación (1982), el Mazda 626 adoptó una nueva plataforma con tracción delantera que permitió desarrollar un interior más confortable. Y, de paso, un espacioso 5 puertas y una opción con motor diésel. Este modelo recibió el premio Coche del Año en el Japón de 1982. Cuando llegó la tercera generación en 1987, Mazda fabricó un 626 en versión wagon con opción de 7 plazas. En algunos mercados, comercializó también modelos con tracción a las cuatro ruedas. Todavía le seguirían otras dos generaciones hasta que la denominación “626” desapareció en la mayor parte del mundo en 2002.
Su sucesor debía llenar un hueco enorme. Mazda se replanteó cómo debía ser un coche familiar del siglo XXI y, en 2002, presentó la primera generación del Mazda6 en versiones de 4 puertas, 5 puertas y wagon. De paso, con el Mazda6, la marca consolidó en un único coche sus modelos más grandes, como el Xedos 9/Millenia o el Sentia, que solo se comercializó en Japón. Y la verdad es que lo consiguió: el Mazda6 fue un éxito desde el primer instante, por su diseño de vanguardia y su comportamiento deportivo. En solo cuatro años se fabricó un millón de unidades. En 2010, ya con la segunda generación del modelo, la producción alcanzó los 2 millones de unidades. Mazda ofrecía también una versión de altas prestaciones con tracción total, que en Europa se denominó Mazda6 MPS y que podría llegar a 240 km/h.
Actualmente, el modelo se encuentra en su tercera generación (2012). Posee un diseño Kodo —ganador de diversos premios— y tecnología Skyactiv, y no ha perdido un ápice de atractivo en términos de diseño, comportamiento dinámico y carácter práctico familiar, esto último especialmente en su versión wagon. Conducirlo es una experiencia excepcional, por sus motores diésel y de gasolina, potentes y eficientes, por el refinamiento de su chasis y por su generoso equipamiento.
Los monovolúmenes de Mazda: décadas de interiores repletos de innovación
La historia de los modelos familiares de Mazda no estaría completa sin hablar de sus monovolúmenes. En este segmento, igual que en todos los demás, la marca ha explorado conceptos únicos para maximizar el espacio y el confort. Por ejemplo, ocho plazas con solo 3,77 metros de longitud. Así era el Mazda Bongo, una furgoneta con diseño de piso bajo que se introdujo en 1966.
¿Aire acondicionado con alimentación solar? El Bongo Sky Lounge, un lujoso microbús, lo tenía… ¡en 1983! En Europa, el Bongo se llamó Serie E. Se ganó una sólida reputación como transporte indestructible de personas y mercancías. Se le pudo ver en los lugares más remotos del mundo y, en Japón, fue varios años el modelo más vendido de Mazda. Se desarrollaron versiones para distintas aplicaciones comerciales y hasta una autocaravana. Ha sido todo un ejemplo de versatilidad década tras década.
El primer auténtico monovolumen de Mazda llegó en 1988. El Mazda MPV tenía siete plazas, opción de tracción a las 4 ruedas y, cuando desembarcó en Europa a mediados de los noventa, montaba una motorización turbodiésel muy eficiente y una puerta trasera en el lado del conductor. Con la segunda generación (1999) se presentó un modelo con tracción delantera, un diseño exterior más fresco y unos asientos karakuri que aportaban una mayor flexibilidad al interior.
El Mazda Premacy, más pequeño, era práctico por definición. Tenía una opción de siete plazas, los asientos de la segunda y tercera fila podían abatirse y desmontarse, y las dos puertas eran correderas, para una comodidad máxima. En 2005, su segunda generación pasó a denominarse Mazda5 fuera de Japón, aunque en el mercado doméstico se mantuvo el nombre de Premacy. Estaba equipada con un sistema karakuri más evolucionado que hacía posibles incontables posibilidades de organización del habitáculo con un esfuerzo mínimo. Aquella segunda generación del Mazda5, junto con la tercera y última (2010) fueron probablemente los monovolúmenes compactos más deportivos del mercado. Mazda llegó incluso a ofrecer a través de un programa de leasing una versión híbrida —toda una novedad mundial— con un motor rotativo que podía funcionar con hidrógeno o gasolina.
Hoy día, Mazda sigue haciendo modelos pensando en las familias con la misma vitalidad que hace seis décadas. Los modelos actuales, como el Mazda CX-5, que es el SUV de mayores ventas de la marca, son toda una referencia del mercado por sus diseños Kodo y su tecnología Skyactiv. Con todo, el carácter ultracompetitivo de la industria del automóvil de hoy día obliga a Mazda a ofrecer en sus vehículos algo más que carácter práctico, seguridad, confort, estilo, eficiencia y placer al volante. Por eso, Mazda dedica grandes esfuerzos a crear habitáculos con un ambiente abierto que sea relajante para los pasajeros. También procura reducir al mínimo las fuentes de distracción y fatiga del conductor, situando los controles más importantes de manera que su manejo resulte sencillo e intuitivo. Para ello se requiere una enorme atención a los pequeños detalles que, en último término, redunda en una experiencia de conjunto excepcional en nuestros modelos familiares.